lunes, 7 de julio de 2014

6 de julio

Luis Emilio Recabarren, fotografía Archivo Devés

En torno a 1900, importantes cambios se estaban produciendo tanto a nivel mundial como nacional. La transición en los modelos de trabajo, desde el régimen de baja intensidad caracterizado por el inquilino y el esclavo hacia uno de alto rendimiento encarnado por el obrero calificado, había recibido una importante validación en 1888, cuando el Brasil se convirtió en la última nación americana en abolir por completo la esclavitud. Por otra parte, las exigencias a las que se veían sometidos los trabajadores en nombre de las relaciones productivas “libres” planteaban nuevos desafíos, quizás incluso más complejos. La abundancia de mano de obra barata posibilitaba enormes abusos, y las tensiones y conflictos consiguientes amenazaban la estabilidad misma de las sociedades. Karl Marx, Friedrich Engels y Mikhail Bakunin buscaron intensificar dichas tensiones con miras a una completa modificación de las relaciones humanas, mientras que la encíclica Rerum novarum del papa León XIII apeló a la ley natural y a la dignidad personal para exigir la humanización de las condiciones laborales.

La importancia de Valparaíso como parte de las rutas marítimas de la época resultó en que el puerto recibió antes que gran parte del país las nuevas ideas; más aun, la presencia de inmigrantes europeos y la menor influencia de la aristocracia tradicional centrada en Santiago contribuyeron a la difusión de aquellas. Aquí aparecieron los primeros periódicos expositores de doctrinas socialistas, anarquistas y comunistas, y también aquí nació uno de los principales líderes del movimiento obrero chileno, don Luis Emilio Recabarren Serrano, el 6 de julio de 1876. Sus convicciones progresistas quedaron famosamente registradas para la posteridad cuando no pudo asumir el cargo de diputado para el que había sido elegido en 1906, al negarse, por ser agnóstico, a prestar el juramento necesario para ello. Esta limitación a su carrera política parece haberle confirmado en su anterior intuición de que la mejor manera de empujar los cambios perseguidos era a través de la prensa, denunciando abusos y llamando a establecer sindicatos. La lectura, señalaba, era la principal arma de los trabajadores para su emancipación. Mas no por ello renunció a la acción y a la militancia: consideraba fundamental organizar a los trabajadores contra los intereses de las clases altas y la oligarquía gobernante, y con este fin fundó diversas organizaciones sindicales en las regiones salitreras. Persuadido de la necesidad de contar con una entidad política que representara exclusivamente las preocupaciones y demandas de la clase obrera, estableció en 1912 el Partido Obrero Socialista, el que en 1922, con su beneplácito, se incorporó a la Tercera Internacional y tomó el nombre de Partido Comunista de Chile. Disputas intestinas y problemas personales le desilusionaron, y se suicidó en 1924.

Si consideramos la apertura del puerto a las novedades ideológicas durante su época de gloria y la coincidencia de su rápido declive con el avance del movimiento obrero, no resulta difícil entender que el comunismo y el anarquismo conserven en Valparaíso, hasta el día de hoy, una vitalidad que en otras partes de Chile han perdido.