domingo, 31 de agosto de 2014

27 de julio

Caricatura de los bomberos de Valparaíso en los Apuntes porteños
La peculiar geografía y los efectos de la planificación urbana –o falta de ella– han hecho de Valparaíso una ciudad particularmente susceptible a los incendios, como se nos recordó trágicamente en abril de este año. Que el hecho no se debe exclusivamente al modo de construir nos lo recuerda don Benjamín Vicuña Mackenna, quien recoge que la zona era denominada “por sus  primitivos pobladores con el nombre de Alianwpa, o más propiamente Alímnapu, que en lengua de indios quiere decir país quemado”. Se podría decir que estábamos advertidos, pero no hicimos caso. Las recurrentes sequías, las quebradas profundas y los fuertes vientos ofrecen condiciones ideales para la rápida propagación del fuego; ahora bien, la construcción de viviendas en zonas de alto riesgo y difícil acceso ciertamente no ayuda a solucionar el problema. Resultado de todo lo anterior, la historia de Valparaíso se ha visto puntuada por tales desgracias.

Una de estas ocasiones fue el 27 de julio de 1971 (algún sitio en Internet sostiene erróneamente que fue en 1974, aunque no se lo atribuye a la Junta). Ese día, se produjo un incendio que consumió una cuadra de la calle Morris, entre la avenida Brasil y Yungay. Se vieron afectados “bodegas plataneras, depósitos de productos químicos, un hotel, viviendas particulares y pequeños negocios”, según reporta don Franklin Quevedo Rojas. Como en tantas otras ocasiones, el puerto herido se levantó, se quitó el polvo y continuó su camino; no era la primera vez ni sería la última.

Por otra parte, como respuesta a las dificultades, brotó la respuesta humana: ya en 1836 existía una semiprofesional Brigada contra Incendios. En el año 1851, tras el gran incendio del 15 de diciembre del año anterior, se fundó el Cuerpo de Bomberos; uno de los más antiguos del mundo, de acuerdo a don Renzo Pecchenino, “Lukas”. Como destaca el mismo autor en sus Apuntes porteños, estas instituciones eran efectivamente clubes sociales, en los que la función de servicio a la comunidad se veía complementada por “la grata camaradería, la barra bien provista, la buena sobremesa”. Las brigadas de bomberos constituyeron una notable expresión del carácter porteño, y hasta el día de hoy –no solo en Valparaíso, sino en todo el país– siguen siendo producto de la colaboración de voluntarios. Se trata de algo que atrae la curiosidad de muchos turistas, cuando en tantas partes del mundo la lucha contra el fuego es una ocupación de tiempo completo.

En el puerto, las diversas contribuciones migratorias se ven reflejadas en las diversas compañías: británicos y estadounidenses estuvieron detrás de la formación de la Primera Compañía, la Bomba Americana; la colonia alemana, a su vez, promovió la Segunda Compañía, Bomba Germania; franceses, italianos, españoles, árabes, británicos (de nuevo), suizos, belgas e israelíes establecieron sus propios cuerpos con el pasar de los años, mientras que los mismos porteños forjaron también compañías. El espíritu corporativo de los bomberos es una destacable expresión de la natural sociabilidad humana, que en nuestro país se mantiene a pesar de las innovaciones modernas.

lunes, 7 de julio de 2014

6 de julio

Luis Emilio Recabarren, fotografía Archivo Devés

En torno a 1900, importantes cambios se estaban produciendo tanto a nivel mundial como nacional. La transición en los modelos de trabajo, desde el régimen de baja intensidad caracterizado por el inquilino y el esclavo hacia uno de alto rendimiento encarnado por el obrero calificado, había recibido una importante validación en 1888, cuando el Brasil se convirtió en la última nación americana en abolir por completo la esclavitud. Por otra parte, las exigencias a las que se veían sometidos los trabajadores en nombre de las relaciones productivas “libres” planteaban nuevos desafíos, quizás incluso más complejos. La abundancia de mano de obra barata posibilitaba enormes abusos, y las tensiones y conflictos consiguientes amenazaban la estabilidad misma de las sociedades. Karl Marx, Friedrich Engels y Mikhail Bakunin buscaron intensificar dichas tensiones con miras a una completa modificación de las relaciones humanas, mientras que la encíclica Rerum novarum del papa León XIII apeló a la ley natural y a la dignidad personal para exigir la humanización de las condiciones laborales.

La importancia de Valparaíso como parte de las rutas marítimas de la época resultó en que el puerto recibió antes que gran parte del país las nuevas ideas; más aun, la presencia de inmigrantes europeos y la menor influencia de la aristocracia tradicional centrada en Santiago contribuyeron a la difusión de aquellas. Aquí aparecieron los primeros periódicos expositores de doctrinas socialistas, anarquistas y comunistas, y también aquí nació uno de los principales líderes del movimiento obrero chileno, don Luis Emilio Recabarren Serrano, el 6 de julio de 1876. Sus convicciones progresistas quedaron famosamente registradas para la posteridad cuando no pudo asumir el cargo de diputado para el que había sido elegido en 1906, al negarse, por ser agnóstico, a prestar el juramento necesario para ello. Esta limitación a su carrera política parece haberle confirmado en su anterior intuición de que la mejor manera de empujar los cambios perseguidos era a través de la prensa, denunciando abusos y llamando a establecer sindicatos. La lectura, señalaba, era la principal arma de los trabajadores para su emancipación. Mas no por ello renunció a la acción y a la militancia: consideraba fundamental organizar a los trabajadores contra los intereses de las clases altas y la oligarquía gobernante, y con este fin fundó diversas organizaciones sindicales en las regiones salitreras. Persuadido de la necesidad de contar con una entidad política que representara exclusivamente las preocupaciones y demandas de la clase obrera, estableció en 1912 el Partido Obrero Socialista, el que en 1922, con su beneplácito, se incorporó a la Tercera Internacional y tomó el nombre de Partido Comunista de Chile. Disputas intestinas y problemas personales le desilusionaron, y se suicidó en 1924.

Si consideramos la apertura del puerto a las novedades ideológicas durante su época de gloria y la coincidencia de su rápido declive con el avance del movimiento obrero, no resulta difícil entender que el comunismo y el anarquismo conserven en Valparaíso, hasta el día de hoy, una vitalidad que en otras partes de Chile han perdido.

domingo, 29 de junio de 2014

29 de junio

La pesca ha sido una de las actividades económicas características de Valparaíso a lo largo de su existencia –basta darse una vuelta por la caleta Portales para darse cuenta–, pero en sus primeros tiempos era la principal. Cuando Juan de Saavedra arribó a la bahía, lo primero que encontró fue una pequeña aldea de pescadores indígenas; el dominio español, por su parte, hizo poco por modificar esto. Aunque el puerto –el Puerto, si se les pregunta a los porteños– siempre fue visto como la vía natural de comunicación de Santiago con el resto del mundo, las limitaciones establecidas por la Corona al comercio entre sus reinos hispanoamericanos dificultaron el desarrollo de un intercambio de importancia, más allá de un limitado trueque de bienes primarios (trigo, sebo y charqui) por productos elaborados de Lima, Quito y Europa. Solo la amenaza de los corsarios obligó a las autoridades a poner mayor atención a esta pobre villa, y, tras los desmanes producidos por el pirata Bartholomew Sharp, se empezaron a construir (“mejor dicho a improvisar”, apostrofa don Francisco Le Dantec) fortificaciones que garantizasen la continuidad de la presencia española.

Incluso con el avance del comercio en Valparaíso, que llevaría, más tarde, al establecimiento de casas financieras de importancia mundial hacia finales del siglo XIX, la pesca permaneció un elemento fundamental de la vida porteña. En estos días, al mirar la bahía, las lanchas que pasean turistas y los remolcadores son manifiestamente más numerosos que los botes pesqueros, pero en la fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, celebrada por la Iglesia todos los 29 de junio, la cantidad cede lugar a la tradición. En homenaje a su santo patrono, el Cefas que Nuestro Señor llamó a ser pescador de hombres, la gente de mar de Valparaíso realiza una colorida procesión marítima, en que la imagen del santo se monta sobre una lancha y es acompañada solemnemente por numerosas embarcaciones. Muchas de estas, a su vez, llevan vistosos y policromos mascarones de proa; un artículo en el diario La Estrella del miércoles pasado recogía el esfuerzo de los organizadores de la celebración por obtener reconocimiento cultural para dichas obras de arte.


Esta festividad, por supuesto, no es exclusiva de Pancho, pues, con variantes locales, numerosas caletas realizan actividades semejantes; sin embargo, el contraste provisto por el mecanizado puerto de estándares ISO como telón de fondo de la flotilla de frágiles barcas da especial realce al tono casi atemporal que la celebración tiene aquí. Por una tarde, cuatrocientos años desaparecen como la niebla matinal y el puerto vuelve a ser una pequeña caleta de pescadores, que recibe la ocasional visita de una nave proveniente del Callao con las noticias del resto del mundo, en lugar de la ciudad globalizada de los millones de toneladas de carga y las decenas de miles de pasajeros de cruceros por año, que llora la derrota de nuestra selección en el mismo instante en que el disparo de Gonzalo Jara da contra el poste en Belo Horizonte.